Mis Primeras Bolsitas

¡Las primeras bolsitas de tocuyo que hice fueron una tragedia! No hay evidencia de ellas, porque eran tan chuecas y feas que se auto-desaparecieron en el tiempo. Confeccionarlas era un desafío épico: comprábamos la tela por metros y para cortarla, mi esposo tenía que subirse a una silla, estirar los brazos como si fuera un malabarista y, con suerte, lograr algo que se pareciera a una línea recta. Pero la mayoría de las veces... ¡el resultado era más desalentador que intentar doblar una sábana ajustable!

Yo, con un poco de vergüenza, ni quería enviar esos paquetes. ¡Las bolsitas se veían tan mal que pensaba que la gente iba a pensar que estábamos empezando una nueva tendencia en “bolsas abstractas”!

Pero mi esposo... ¡ay, mi esposo! Él siempre decía: “¡Ya nos están quedando bonitas!” (¡A veces me pregunto si él estaba viendo algo distinto que yo!). Después de miles de pruebas y un montón de frustración, ¡finalmente logramos hacer las primeras bolsitas “dignas de ser fotografiadas”! Y claro, las publiqué en todas mis redes sociales como si fueran la octava maravilla del mundo.

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Ah, pero lo más complicado era calibrar la sublimadora. ¿Más temperatura? ¡Se quema! ¿Menos temperatura? ¡La imagen se ve borrosa! ¿Más tiempo? ¡La tela se achicharra! Estábamos en un bucle de pruebas: 205 grados, 10 minutos; 200 grados, 15 minutos... ¡una libreta llena de apuntes que parecía la receta de una pócima mágica! Pero, después de muuuchos intentos, ¡al fin conseguimos lo que buscábamos! Imágenes nítidas, tela perfecta... ¡UN GRAN LOGRO! ¡Que alguien suene las campanas!

Y luego, está la increíble variedad de telas de tocuyo: las delgaditas, las gruesas, las gruesas, las de color marrón, las de color más blanco... ¡todas disponibles para que el precio suba como un cohete! Porque, claro, todo depende de lo que quieras gastar (y de cuánta tela se pueda salvar sin terminar en el cesto de los recuerdos).

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